A modo de ensayo íntimo o crónica ficticia, cuya
prueba de singularidad lo constituye el título elegido por Méndez para la
muestra, este conjunto de obras se asemeja a un divertimento, tanto por su
desenfado como por el formato pensado para las mismas. No obstante, esta
posible analogía no debe interpretarse como una valoración que subestime el resultado
obtenido sino como una de las variantes que un artista puede considerar pertinentes
al momento de dar a conocer su producción.
Algo de la inaprensibilidad de
los médanos, de su característico desplazamiento pausado y constante se
traslada a la experiencia de quien recorre estos trabajos, ya que en esta
oportunidad debe duplicar sus esfuerzos dado que además de la observación de
las imágenes también debe dar lugar a una atenta lectura de los textos que se
encuentran integrados a cada una de ellas. La dinámica intermitencia a la que es sometido
el observador-lector hace que el intento de captura de sentidos se convierta en
una incursión por terrenos escurridizos que deviene en desafío a hábitos
adquiridos.
En relación, precisamente al modo
que es utilizado el lenguaje notamos desde una primera instancia la presencia
de un narrador, pero este narrador no es un narrador amable que se subordine a
la función de guía, que nos oriente hacia una dirección segura en particular.
Al contrario, esta presencia puede llegar a desconcertar o inclusive complicar de
manera enriquecedora nuestro recorrido. En algunos ejemplos manifiesta un guiño
cómplice, en otros incluye la alusión crítica hacia el propio campo que lo
contiene y el reconocimiento hacia compañeros de ruta. El elemento unificador
en todos ellos es el humor teñido de agudeza, justo y preciso.
La desarticulación y
rearticulación de los elementos gráficos y lingüísticos en un juego que parece
no detenerse jamás hacen de El médano
mediano medio que me dio miedo un ejercicio que permite desplazarnos no
sobre certezas sino sobre significados nómades.
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