sábado, 26 de febrero de 2011

El error como una de las bellas artes

¿Pensamos a los errores como excepciones surgidas de manera inesperada dentro de un pretendido orden racional o como la aceptación de la imposibilidad de todo intento de mantenimiento de un orden? ¿Existe la probabilidad de considerar una tercera opción a modo de síntesis de las anteriores hipótesis?


Soy de los que se inclinan a aceptar que el error es uno de los más importantes factores a tener en cuenta en la cotidianeidad. Cuando pienso en ellos se me presenta de manera inmediata la figura del surfista. Creo que a diario surfeamos efectuando movimientos que nos permitan conservar la ilusión de cierta continuidad en determinados entornos por los cuales nos desplazamos, ya sea para eludir aquello que pueda surgir de manera imprevista y amenazante como consecuencia de una falla o bien para explotar sus derivaciones, en apariencia favorables, que oportunamente estimamos puedan llegar a manifestarse.


El error es siempre una experimentación con los significados, las normas y las convenciones. Es excepción y regularidad; es accidente, azar, digresión, malentendido, desacierto e inclusive crimen.

Brazil, de Terry Gillian ejemplifica la dimensión criminal del error y sus posteriores ramificaciones. Recordemos la escena clave: un insecto cae muerto sobre un teclado, éste produce un error de tipeo y el apellido Tuttle perteneciente a un individuo considerado terrorista por parte de un estado burocrático-totalitario es reemplazado por Buttle causando la inmediata detención y muerte de otra persona y, en consecuencia, el orwelliano cambio de rumbo en la vida del intrascendente burócrata Sam Lowry.

La noción de precariedad se nos presenta siempre más próxima, seductora y atemorizante, cada vez que recordamos un acontecimiento de nuestras vidas en la que una variación calificada en retrospectiva como nimia tuvo resonancias considerables.




La silueta que delimita el espacio donde es hallada la víctima de un homicidio y la rotulación de las evidencias detectadas en el escenario del crimen conforman acciones de señalamiento acerca de una historia. La silueta es el índice de una ausencia y de un orden anterior que ha sido quebrado. Las evidencias, en cambio, parecen congelar el instante en que se cometió el hecho, el momento exacto en que se produjo una digresión y se abrió otra serie de eventos. Resulta usual que quienes ejecuten los crímenes, armen escenarios para reflejar lo que ellos creen que debería verse con la intención de sembrar una evolución errática de las pesquisas que desconcierte a los investigadores, pero estos intentos suelen traslucir incongruencias. En caso que el criminal no se incline por inducir el fracaso de una investigación, éste dejará con seguridad huellas, frutos de descuidos que responden a un patrón de conducta, las que en última instancia constituirán su propia trampa.




¿Es posible la consideración del error como hecho artístico?

A mediados de enero, durante una presentación realizada para la prensa en la Fundación Proa, una obra de Jorge Macchi (una réplica de una valla de contención realizada en vidrio soplado) fue destruida por un acto involuntario de una las invitadas. La obra se hallaba en el centro de la sala sin protección por propio pedido del artista y con el consentimiento del curador y al momento de la inauguración de la muestra acabó exponiéndose a la vista del público tal como quedó luego del accidente, rodeada por unas ya entonces resignificadas cintas adheridas al piso que demarcaban la zona y contenían los fragmentos que testimoniaban el desastre.
Lo importante fue que la discusión en torno al acontecimiento se fue enriqueciendo en los días sucesivos y los juicios y valoraciones generadas ofrecieron lecturas que interpelaron de modo atípico la consistencia de la premisa original.



Es inevitable la relación de semejanza que puede establecerse entre el fotograma del accidente producido en la ficción de Brazil y la llamativa fotografía del documento que registra uno de los primeros errores de la era informática.
El 9 de septiembre de 1947, ingenieros que trabajaban en la Mark II, una primitiva computadora electromecánica de la Universidad de Harvard, encontraron una polilla en un dispositivo de la máquina que impedía su funcionamiento normal.  Aquel insecto pasó a la historia de la informática por ser pegado al libro de registro de actividades con el comentario  First actual case of bug being found, en castellano: “Primer caso real de error/bicho encontrado”. Frase que instaló el término bug que actualmente se emplea para designar un defecto de software.


En la actualidad los errores informáticos han sido estetizados.  Glitch es una denominación técnica para designar el resultado de fallas en el software o incluso en el hardware que ha dado lugar a un tipo de operación artística llamada Glitch art. Uno de sus referentes, Iman Moradi autor de GLITCH: Designing Imperfection, divide las fallas en dos categorías.: la primera es la interferencia pura resultado de un mal funcionamiento o error no premeditado de un artefacto digital, que puede o no tener sus méritos estéticos propios. El segundo es el resultado de una decisión deliberada por parte del usuario para la generación de esta falla. Las fallas pertenecientes a esta última categoría son posibles de manipularlas con fines estéticos.


La constante expansión de las prácticas artísticas, que involucra permisos y exclusiones en cada una de sus derivaciones no hace más que recordar aquello de que en cada nuevo dispositivo tecnológico anida un nuevo accidente, un inédito error.