lunes, 13 de junio de 2011

No tan simple Doisneau

Algunas metáforas acerca de la percepción del tiempo apelan al agua como elemento que retrata de manera análoga la velocidad o la fluidez incontenible de su transcurrir. ¿Existen otras variantes para  describir la experiencia del paso temporal? Me encuentro en este momento imbuido de una de ellas y las líneas que continúan pretenden ser un desglose de este estado de cosas.

Comienzo por desmentir la hegemonía de lo efímero y la simplificación de esa sensación vertiginosa que nos hace suponer que todo se deshace, que todo se desvanece en el aire y que apenas nos damos cuenta de ello.

Lo que intento describir no es un correlato de ese fluir que no respeta límites y transgrede toda voluntad de contención, sino esa atmósfera que me abduce y me retiene al experimentar acontecimientos que abren abruptamente una grieta bajo los hábitos solidificados a fuerza de repetición y que me hacen palpar la presencia de otra cualidad del tiempo. Una percepción si se quiere táctil, una propiedad que semeja ser física más que inasible y en donde el entorno muda a espejo que multiplica y contiene la singular certeza de lo experimentado.

No se trata de melancolía, ese suave veneno que nos inserta la mirada en el espejo retrovisor mientras nos dirigimos directo hacia el guard rail que no detendrá el estallido del vehículo que somos en el mundo una vez que caiga en el fondo del precipicio. Menos aún de nostalgia, no deseo tener bajo mi pulgar la tecla trabada en el rewind de la memoria para gozar de una forma mecánica y devaluada de repasar lo sucedido y apreciar como se decoloran las impresiones.


Me pregunto al ver las fotografías de Robert Doisneau si habrá sido atravesado por el mismo sentimiento de desasosiego y perplejidad que estoy tratando de expresar ahora, si al menos antes que se evapore dentro de sí mismo al fijar el objetivo, lo privilegiaba, lo percibía maleable.  
En sus imágenes se trasluce mucho más que los días inmediatos del París de postguerra del cual son un documento antropológico invalorable. Reforzadas por la implacable textura del blanco y negro advierto en ellas una autoconciencia, la tenue claridad de un saber que recubre los objetos y los rituales que alguna vez fueron cotidianos. Así, al entrar en contacto con mi mirada algunos de sus registros parecen densificar la experiencia temporal cambiando la idea del simple devenir correntoso por otra que parece adherirse tal como la lluvia cuando permanecemos bajo su dominio y observamos con extrañeza aquello que nos rodea.