lunes, 13 de septiembre de 2010

Alta Fidelidad: Lado A

Cuando miro una película por TV jamás la elijo de acuerdo a una programación establecida, sino que su elección surge del azar, de ese encadenamiento de imágenes en tiempo real que dicta el zapping.

Hace pocos días bajo estas circunstancias, volví a ver diez años después de su estreno Alta Fidelidad (ver intro) de Stephen Frears y su reencuentro derivó en una resignificación de su experiencia y en la advertencia de otra futura.

Si en aquella primera oportunidad mi identificación con las peripecias y obsesiones de Rob Gordon/John Cusack me remitían a un pasado más o menos cercano vinculado al submundo del coleccionismo de discos de vinilo, en esta nueva visión, a esos hoy lejanos recuerdos, se les superpusieron otros que poseen una cualidad afectiva con intensidad propia pero indisolublemente ligados a los pormenores y objetos que rodearon a la ocasión original. La concatenación de todos ellos puede moldear perfectamente un relato que ilustre aspectos de mi vida.

Alta fidelidad es entonces, no sólo un disparador de recuerdos que involucran múltiples temporalidades de mi historia personal ya desde la cita presente en el afiche -un guiño dirigido al universo rockero- (ver otra intro) sino que ella misma trata acerca de la ductilidad de la memoria.

Si bien la experiencia cinematográfica requiere por parte del espectador un ejercicio de abstracción acerca de su técnica, ésta guarda parentescos con la utilización y el destino de nuestros recuerdos. Cito a Marc Augé, quien a propósito de Casablanca escribió un libro en el cual rememora y reconstruye situaciones de su vida asociados al film: “acordarse de una película también es recordar la película misma, es decir las imágenes, como si la técnica del cine hubiese efectuado, desde el inicio, el trabajo mental que selecciona percepciones para formar recuerdos, como si, de alguna manera, hubiera hecho el trabajo de la memoria”


Siguiendo a Augé el montaje realizado por parte del director –o quien haya tenido el poder sobre el corte final- consistió en un recorte y en una organización de escenas que han dado como resultado el film y que han predispuesto una acción sobre mi memoria. La particularidad de Alta fidelidad es que manifiesta esa selección a través de otra: la que Rob Gordon emprende a partir de un accidente sentimental.

A la operación de montaje de episodios biográficos que van conformando el relato del protagonista le son además indispensables objetos capaces de evocarlos: los discos, otro soporte de memoria administrada. El encadenamiento que efectúa es arbitrario, para él podrían existir otras muchas formas de intervenir sobre su memoria, inclusive desde el mismo evento que ha causado sus evocaciones y en consecuencia podría haber compuesto otros relatos.


En la vida real, los acontecimientos importantes, los momentos que aportan significación a nuestra existencia son reducidos, entre ellos se abren lapsos de duración imprevisible que hacen a la vida de todos los días. La recomposición que podemos practicar a partir de esos fragmentos marcan una continuidad, lo opuesto es extraviarse, desvanecerse.