lunes, 18 de octubre de 2010

Carlos Amorales I Parte: el caos reptante

Carlos Amorales (Carlos Aguirre Morales – Ciudad de México 1970) se define como un artista que ha pensado a su país desde “afuera”. Esta afirmación no sólo puede entenderse desde su sentido más llano e inmediato; lo geográfico –y por cierto no sería el primer ejemplo latinoamericano en ejercerla - sino que es posible interpretar esta posición desde otra significación de la distancia, quizás más difusa, menos específica.


La historia, en tanto relato, conforma una de las bases fundamentales en el proceso de construcción de una nación y sus modos de narrarla instituyen esquemas de conducta y valores que precondicionan a los sujetos en el orden práctico. La eficacia simbólica de esa vasta operación puede verificarse día a día.
La postura de Amorales intenta librarse de estas prescripciones, la distancia que instaura es en relación a los relatos canónicos de su país, aspira a dejar de ser atravesada por ellos pasivamente y es en este desprendimiento, en este intersticio, donde da cuenta que estos órdenes no son los únicos posibles y que es factible tener un margen de autonomía para proponer otros.

Ahora bien, este “afuera” que le permite a Carlos Amorales hacer asomar éstos relatos dominantes para inmediatamente marginarlos, le otorga licencia para urdir una versión de la historia mexicana a través de la lente de H. P. Lovecraft. En una primera instancia, el orden propuesto no deja de ser sorprendente; sin embargo, dista de ser capcioso ya que resguarda la idea de un poder cósmico ancestral latente que amenaza emerger con toda su fuerza.


Lovecraft en un ensayo publicado en 1927 -que es también un intento de construcción de la historia de una forma literaria - titulado El horror sobrenatural en la literatura distinguía lo que él denominaba una literatura relacionada al terror cósmico de la literatura macabra con efectos de horror físico: “Esos escritos, al igual que las fantasías ligeras y humorísticas en donde el malicioso guiño del autor intenta escamotear el auténtico sentido de los elementos sobrenaturales, no pertenecen a la literatura del terror cósmico en su más puro sentido. Los genuinos cuentos fantásticos incluyen algo más que un misterioso asesinato, unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus cadenas según las viejas normas. Debe respirarse en ellos una definida atmósfera de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá; ha de insinuarse la presencia de fuerzas desconocidas, y sugerir, con pinceladas concretas, ese concepto abrumador para la mente humana: la maligna violación o derrota de las leyes inmutables de la naturaleza, las cuales representan nuestra única salvaguardia contra la invasión del caos y los demonios de los abismos exteriores”



Asociar los temores que despiertan “el caos y los demonios de los abismos exteriores” con la política llevada a cabo por quienes desembarcaron en el Nuevo Mundo para implantar una “civilización” –un orden racional- allí donde reinaban la “idolatría y la barbarie”, no es por cierto una idea extravagante, y es posible observar la representación física de aquella categórica represión cultural en la Catedral de la Ciudad de México, construida sobre las ruinas del los templos prehispánicos entre 1571 y 1813.
Debido a las condiciones del suelo, a las construcciones subyacentes y a los recurrentes movimientos sísmicos, la catedral se encuentra constantemente intimidada. Todos estos factores ponen en cuestión el orden que ella simboliza en lo arquitectónico - urbanístico, pero en el plano imaginario el orden que estremecen y sobre el cual se expanden angustiantes fisuras es aquel que contiene a las representaciones de lo acallado.

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